domingo, 24 de octubre de 2010

XIV - Como una casita de té

Domingo 05 de Septiembre (luego de 3 semanas de viaje)

Carolina, la chilena, se fue del hostel. Encontró uno donde puede hacer housekeeping por accomodation, solo 2 horas por día en lugar de 4. Como ayer festejamos su 23° cumpleaños, nos acostamos tarde y, los q nos levantamos tempranito para hacer housekeeping, dormimos poco. Cuando terminamos de hacer las miles de camas, fui al super con Susan. Cuando llegué me tire a dormir una siestota. Al levantarme, no había nadie en la habitación y, con la noche, el hostel parecía adoremcido. Eran en realidad, las 6 y algo de "la noche".
Para no seguir durmiendo todo el día me levante atontado. Baje de la cama, salí de la habitación, y fui para el lobby a ver si había algún conocido con quién charlar. No encontré nadie allí ni en la cocina. Así que me fui a la sala de TV y mire la mitad de una película que clasifiqué como "sencillamente mala".
Cuando sali de la sala de TV, me dirigí a la cocina y estaban Jon y Giovanni comiendo. Susan, Alejandro y Carolina estaban preparando algo maravilloso. Habían comprado dulce de leche e ibamos a cenar panqueques =)!.
La preparación y cocción habrá durado más de media hora, y el producto fue exterminado salvajemente en tal vez 2 minutos. Efímera pero empalagosa, la panquequeada fue la obra de arte del día. Una vez la barriga contenta, emprendimos viaje hacia el nuevo hostel de carolina.

Eramos Caro, susan, José y yo, quienes nos repartimos las pertenencias de la exiliada, bajando y subiendo cuantas montañas el camino estuvo compuesto por. Habrá sido un viaje de 5 cuadras, pero que parecieron 10. Cruzamos la última calle y, al final de un parquecito empinado en bajada, estaba el nuevo hogar de Caro.
Cuando llegamos a la puerta del hostel, notamos en la puerta un cartelito que decía "Carolina, la llave de la habitación está en la caja de correo, a la izquierda". Buscó la llave y entramos a un pasillo que daba, a la izquierda a las habitaciones, y a la derecha a un pequeño y cálido living donde un grupo de personas cantaban sobre la melodía de una guitarra. Este hostel no parecía de esos como en el que estoy ahora, donde es tan grande que la gente no es de confianza. En mi hostel, en las habitaciones normales, hay bastantes robos. Hay personas que rentan una habitación tan sólo por una noche para robar las pertenencias de los demás (claro que, en la habitación de los housekeepers, la cosa es bastante distinta). En ese sentido, este otro y pequeño albergue tenía color a confianza y participación. Entramos, dejamos las cosas, y volvimos a salir para encaminarnos hacia una habitación que quedaba en un compartimiento externo del hostel, donde josé conocía a un chileno amigo. Mientras nos estamos retirando, apareció desde adentro un tal Alejo, argentino de Buenos Aires, y nos pusimos a charlar unos minutos. Nos contó que había llegado a NZ 2 semanas atrás, y que esta era la primer conversación que tenía en español (este pequeño hostel tiene sólo 32 camas a diferencia del nuestro que tiene unas 500). Nos dijo que él junto con algunos del hostel partían mañana para la isla del sur, en búsqueda de trabajo haciendo picking.
Para aquellos que todavía no saben, el picking es uno de los trabajos característicos que realizan los turistas en estas tierras. Nueva Zelanda tiene cosechas de frutas durante gran parte del año, y se abren miles de puestos de trabajos relacionados pero de corta duración. El picking en particular, es la recolección de frutas en mochilas. Luego, viene el packing, que se trata del empaquetado de las frutas ya pickeadas. Y también hay un stacking, que es el apilado de las cajas packeadas en pilas y pilas.
Saludamos a Alejo y seguimos camino. Nos encontramos con el amigo de José a unos metros. Luego, nos despedimos de José que se iba con el amigo. Despedimos a Caro que iba a entrar a desempacar. Quedamos sólo Susan y yo. Nos volvimos caminando tranqui, probando un camino diferente al de ida.

La sensación es un tanto rara. Una especie de melancolía momentanea. La gente viene y se va. Todo el tiempo. El clima de este hostel ciertamente era muy atractivo. Pero ya me queda tan poco en Auckland que no tiene sentido moverme. En esta semana es la semana donde voy a decidir a donde partir. La idea es ir al campo. Ya sea con vaquitas o con picking. Ya sea por acommodation o por dinero. Durante estos días veré.

martes, 5 de octubre de 2010

XIII - El día H

Sabado 04 de Septiembre (luego de 3 semanas de viaje)

Hoy es el día H. Es la final de la liga nacional del hockey sobre hielo neozelandes. El nivel, si bien es bastante básico, llega a ser considerablemente más desarrollado que el nuestro. El partido es a las 5 de la tarde, en la pista que queda en Botany Downs, un lugar bastante bastante lejos de la ciudad.

Salimos tarde. Debíamos llegar temprano. En el picado de los viernes a los que voy, juegan unos 2 o 3 chicos del seleccionado local de la pista. El equipo en cuestión se llama "West Auckland Admirals" y es finalista. Cuando terminó el picado de ayer, hablando en los vestuarios sobre la final, uno de los Admirals me advirtió que llegara media hora antes porque el lugar iba a estar bastante lleno.

El partido comienzaba a las 5, pero llegamos como a las 5:15.
El equipo contrario, son los locales "Botany Swarms". La liga nacional está compuesta de sólo 5 equipos, y los 3 restantes son todos de la isla sur. El año pasado los resultados fueron bastante distintos, pero esta vez llegaron a la final los dos equipos de la isla norte (ambos en Auckland). El partido se juega en la sede de los Botany Downs, porque su pista tiene medidas olímpicas mientras que la de los Admirals es más parecida a una cancha NHL (un poco mas angosta y, en este caso, un poco más corta también).
Como yo voy usualmente a la pista contraria, la de los Almirantes del oeste, no sabía como ir y a las 3.30 hs estaba desesperado buscando el camino en colectivo por Internet. Fue así como salimos más tarde de lo que debíamos, y llegamos mucho más todavía. Los integrantes de esta exitante excursión fuimos: la argentina Vicky, la Canadiense de Calgary Ann, y yo. Como todo canadiense, Ann es simpatizante del hockey sobre hielo y me contó que una vez, cuando era más chica, había comprado tickets para todos los partidos de la temporada que Calgary jugara en pista local. Al tener mucho NHL encima, Ann decía estar extrañada y a mismo tiempo exitada de que iba a ver un partido de hockey en Nueva Zelanda.

El bus recorrio unos lugares hermosos. Las casitas del este son parecidas a las del oeste pero están mucho más decoradas con vegetación y son más espaciadas, lo que hace al este una zona mucho más linda. Después de 50 minutos de viaje, pasando por hermosos lugares y cruzando ríos, el bus nos dejó a media cuadra de la pista. Pero mientras nos acercábamos, vimos un cartel luminoso que nos insultaba "NATIONAL LEAGUE FINAL SOLD OUT!", implicando que las localidades estaban agotadas.
Decepcionados, no quisimos ver la realidad y como buenos argentinos entramos al hall del complejo. Las puertas de vidrio que daban a la pista estaban a solo metros. Las empujamos y zas! una mujer nos detiene con "Tickets please!". No tenemos tickets señora... no hay más tickets... "oh, lo siento, no pueden pasar sin tickets". Pedimos, rogamos y hasta mentimos para poder pasar pero no. Eran muy estrictos. Estábamos a punto de irnos cuando les digo: "chicas esperenme un toque que voy al baño". Como no encontré baño alguno, subí una escalera que apareció en el camino mágicamente. Arriba había un gimnasio, y las corredoras daban a unos enormes ventanales con vista panorámica a la pista!!!. Bajé a buscar a las chicas y nos escabullimos en el gimnasio. Pero tan sólo unos minutos después, una mujer nos rajó. Mientras bajábamos tristemente las escaleras y mi mente trabajaba a mil por hora intentando encontrar la forma de escabullirse en un lugar desconocido, aparece en la mesa de entrada una señora con la campera de los Admirals que parecía tener mucho que ver con la gestión de la venta de entradas. Como los picados de los viernes son en la pista de los Admirals, fui inmediatamente a hablarle. Le dije que jugaba picados con uno de los chicos del equipo, rogando que esta señora fuera su madre, hasta que me preguntó el nombre del pibe y no supe que decir. BOLUDO! Busqué los nombres que me venían a la mente, y mencioné a Shawn Henry, uno de los arqueros del viernes, y organizador de la liga de mayores sin contacto de Auckland. Latiendo estaba mi esperanza cuando la mujer se puso a hablar con la señora que vendía las entradas, que yo, sin entenderle ni la mitad de lo que decían, miraba con cara de pobrecito. Aparentemente, entre ellas juntaron unas entradas que les sobraban y pudimos lograr entrar!!!

Iban 10 minutos del primer tiempo. La señora que nos vendió las entradas nos dijo que ni ellos creían que se fuese a llenar tanto. La pista estaba repleta. Las gradas, ubicadas en el margen de enfrente, albergaban mucha gente, más de mil, super ultraseguro. De nuestro costado y atrás de los arcos, sólo había amplios corredores con gente mirando desde el borde de la pista. Compramos Steinlager tras Steinlager (una exquisita cerveza de acá), papafrita tras papafrita. Los tiempos pasaron a las trompadas y las trompadas pasaron a lo loco adentro de la pista. El primer período fue mucho más agresivo de lo que creí. Bastante más. Crosscheckings, bordings, holdings, roughings, elbowings, interferencias, mucho mucho sin cobrar. Claramente más agresivo que los partidos de las olimpiadas que había visto por tele con mis amigos de hockey. Ann me dijo que la NHL era así, pero que los mundiales y las olimpiadas son más para habilidosos que para golpeadores.

El partido fue entretenido más por los golpes que por otra cosa. Termino sólo 3 a 1 a favor de los Swarms, con el tercer gol faltando 1 segundo (UNO) y porque los Admirals habían sacado al arquero para meter un jugador más. El patinaje era espléndido. Nunca vi a nadie agacharse tanto para patinar como estos muchachos. La verdad que eso me sorprendió mucho. En el segundo y tercer tiempo hubo mucho menos golpes porque seguramente ya estaban bastante cansaditos. El partido fue de los Swarms principalmente. Los Admirals no tuvieron muchas oportunidades claras. Los jugadores parecían tener menos de 25 años, lo cuál demuestra un hockey todavía inmaduro pero con futuro. Imagino que habría alrededor de 2.000 espectadores, a 10 dólares cada entrada. Lamentablemente no llevé la cámara pero voy a ver si puedo conseguir el video. Ann notó, como grandes diferencias con la NHL, que los jugadores eran jóvenes, inestables en el hielo, y de pases poco precisos.

La vuelta fue un poco más cruda. Hacía mucho frío. Pasamos por el super que estaba enfrente, compramos maní en cáscara y nos pasamos comiéndolo durante los 40 minutos que demoraría el bus en llegar. Me eché una siestita en el bondi, llegamos a las 10 de la noche, me compré una pizza y nos esperó el cumpleaños de Caro, la chilena.

sábado, 2 de octubre de 2010

XII - Waiheke Island

Lunes 30 de Agosto (3 semanas luego de mi llegada)

Los lunes y martes son mis días libres. Aprovechando así la mañana, con Susan hoy fuimos a una isla cerca del puerto (5 cuadras del hostel), llamada Waiheke. La isla es super famosa acá por ser pituca y tener playas muy bonitas.
Comenzamos a las 9:30 intentando despabilarnos, tomando un desayuno nutritivo con zucaritas y cereales chocolateados. Una hora más tarde estabamos andando rumbo al puerto, realizando algunas paradas técnicas para comprar pilas para la cámara y esas cosas. Como soy muy capo, compré 4 pilas AA marca morondanga a sólo NZ$ 3, mientras que sólo 2 energizer costaban NZ$ 8. "Si duran poco," pensé, "pongo las otras dos y hago re negocio". El ferry salió 11:30, un helado de por medio, y pasados 15 minutos del mediodía estabamos pisando tierras isleñas.

Llegando a Waiheke
Los veleros de Waiheke

El paisaje se veía precioso. Todo muy floreado y sobre todo arboleado. Estacionamiento grande y autos caros. Le dije a Susan: "normalmente la gente alquila una bici por unos pocos pesos, y la usa para recorrer toda la isla". A veces me asombra las pelotudeces que puedo llegar a decir. La bici estaba NZ$ 30 el alquiler. Como hay que regular el presupuesto no nos pudimos dar el lujo. POR SUERTE.

Primeros pasos en Waiheke

Sin saber que carajo hacer, comenzamos a patear hacia "arriba". Tomamos la única y primer calle que vimos, sin saber si llevaba a algún lado útil. Durante unos 5 minutos pensamos en hacer dedo, no sabíamos adonde percha ir ni había un alma a quién preguntarle. Unos minutos más tarde, encontramos gente caminando en la misma dirección que nosotros. No estábamos tan mal. Así, una cuadra más adelante, se nos materializó el centro del pueblo más grande de la isla, Oneroa.

 Llegando al centro de Oneroa
Mirador del centro de Oneroa

Allí encontramos el i-site, que es una oficina ubicada en todos los lugares turísticos de Nueva Zelanda orientada a brindar información útil al viajero. Nos mostraron un mapita y divisé una playa llamada "Palm Beach". Recordé que en Internet había leído un blog donde hablaban muy bien de dicha playa. La chica nos dice que ella prefiere "Onetango Beach" y nos dió un folleto con un mapa y los recorridos de los colectivos para llegar a cualquiera de las dos.
Una hora más tarde habíamos llegado a Palm Beach, que era la más cerca. La vista es realmente hermosa. Acantilados de un lado, acantilados del otro, arena en el medio. Típico, pero muy, muy bonito. Caminamos hacia unas pequeñas escolleras, sacamos unas cuantas fotos, y hasta divisamos unos nudistas vejetos del otro lado de las escolleras.

Primeros pasos en Palm Beach 
Los alrededores Palm Beach

El morro de Palm Beach


Un rato después comienza a picar el bagre y fuimos en búsqueda de comida. Después de realizar un pequeño recorrido, concluimos que lo único que había era un pequeño mercadito autoservicio atendido por un chino al que no le entendía ni goma. Lamentablemente era lunes y, dada la poca concurrencia de gente al lugar en esta epoca del año y día de la semana, estaba todo absolutamente cerrado. No teníamos restaurante, no teníamos café con vista a la playa, no teníamos un carajo. Compramos una bolsa de lays (bah, algo mucho más pedorro), un chocolate blanco, unas gomitas ácidas con forma de gusanitos y nos propusimos a encontrar un bar abierto con vista a la playa, aunque eso pareciera imposible!. Fuera del super analizamos el folleto que nos dio la chica del i-site y llegamos a la conclusión que la probabilidad máxima de alcanzar tal suceso podría obtenerse dirigiéndose a Onetango Beach. El problema era cómo llegar hasta ahí.
Comenzamos a caminar por Palm Road. Teníamos unas muchas cuadras por delante hasta llegar a la parada del bondi que nos llevaría a Onetango (que es otro que el que nos llevó a Palm). Teníamos tiempo suficiente para derrotar el inmenso paquete de papas, las gomitas y el chocolate. Pero a mitad de camino comenzamos a hacer dedo y luego de 4 dolorosos rechazos, una señora muy copada nos levantó. Nos preguntó donde ir, y le dije que no sabía. Jeje. Después le pedí si nos podía alcanzar a la parada del bondi que nos llevara a Onetango. Muy sensibilizados con su asistencia, charlamos contentos hasta del clima.
Durante el viaje, cruzamos un centro bastante más grande del que me hubiera imaginado, con un supermercado imponente. La isla, a vista de pasajero motorizado, es más grande de lo que hubiera imaginado. Y muchísimo más grande aún de la que hubiera soportado como ciclista. Entre las subidas, bajadas y las largas distancias, la bicicleta habría sido una idea bastante incómoda aunque atlética.
Llegando a la parada, la señora advierte que el bus acababa de pasar y, con las frecuencias de 1 hora que los mismos tenían, deberíamos esperar largo rato. Así fue que se le ocurrió la gran idea de, directamente, llevarnos. Agradecidos, aceptamos y, por si fuera poco, nos dejó en la puerta del único bar abierto en Onetango Beach. Claro está, al borde de la playa.
Allí, comimos una pizza "hawaiana", que es básicamente una de muzzarella con pedacitos de piña encima, con una fría Stella Artois. Charlamos contentos y envaguecidos, a orillas de un paisaje imponente y soleado. Lamentablemente se me habían acabado las 4 pilas superpedorras que había comprado y no tengo retrato del lugar (debo de conseguir las fotos de Susan).
Comimos la pizza, terminamos el chocolate y las gomitas, y salimos a caminar un rato por la playa. Cerca de las 5, emprendimos el camino exactamente reverso, y terminamos en la parada de colectivo que había a la vuelta del restaurante. Para las 6.30 estabamos de vuelta y cansados en el hostel.